Odio los casamientos, los caramelos media hora, las picaduras de mosquitos, las alergias de primavera, el frío de los aires acondicionados. Odio las viejas escuálidas y chismosas que viven en mi edificio, odio el reguetón y el machismo recalcitrante de los hombres venezolanos. Odio las tipas operadas y frívolas, que pasan dos horas arreglándose antes de ir al trabajo y me miran como si fuera un fenómeno, porque no uso dos toneladas de maquillaje, ni zapatos de tacón. Odio que únicamente haya hombres en los billetes de mi país y de paso genocidas como Roca y Mitre. Odio el dolor de muelas y la gente amargada. Pero lo que más odio, lo que realmente detesto por encima de todas las cosas, es la sensación de angustia que me carcome cuando estoy llegando tarde a trabajar y aun más que eso odio tener que madrugar. Algo complicado tomando en consideración, que estas dos situaciones están bastante vinculadas. Salvo las veces que pude trabajar después de mediodía, para no pasar por la angustia de la llegada tarde, tenía que franquear el trauma del madrugón.
En Caracas, una puede pasar dos horas en una cola de autos para hacer un recorrido, que en una situación normal, demoraría diez minutos en transitar. El Metro es la gran solución para la ciudad, sin embargo en horas pico es un verdadero infierno viajar en el, sobre todo para mí, que nunca, jamás voy a lograr colarme entre la maroma de gente que me aplasta. La otra opción son las camionetas, que también van llenas pero siempre alguien solidario que te hace un lugarcito, sin embargo, tomarlas implica tener que estar viajando durante hora y media para llegar a mi oficina. La tercer posibilidad, es el transporte que la Fundación pone a disposición de los trabajadores y las trabajadoras, sale a dos cuadras de mi casa pero… ¡a las seis y media de la mañana! El madrugón que implica tomar el transporte es algo inaudito, de paso que por vueltera, cuando me levanto como para cazarlo, me termina dejando. Finalmente, recurro a los noventa minutos de camioneta, que obviamente implican llegar tardísimo a laburar. El metro es una alternativa absolutamente descartada. La contradicción entre el madrugón y la llegada tarde motorizaban la lucha de mis amaneceres, hasta que la dialéctica me permitió liberarme de la opresión caraqueña. ¿Cuál fue el actor de la revolución del transporte? Los mototaxistas. Si, como suena, taxistas que andan en moto. Motorizados que hacen las veces de taxistas. Viajar en moto es lo máximo, claro, se corre riesgo de muerte, porque la mayoría son imprudentes, se meten por cualquier lado, para ellos no hay Dios, amo, ni ley de tránsito que respeten, corren demasiado... Pero a pesar del peligro mortal una tiene la garantía de llegar (en caso de sobrevivir al viaje) a cualquier parte en diez minutos.
Frente a mi casa hay una línea de motorizados,que los fachos de mi edificio, se empeñaron en sacar hace un tiempo. Es que como son gente de barrio, tienen mal aspecto y pinta de malandros, como los okupas del lado, afean la cuadra. Mejor que se vayan para otro lado… de paso, a diferencia de la mayoría de los taxistas, son chavistas. Los camaradas están organizados en cooperativa y pertenecen a la Fuerza Motorizada, que se activa siempre en las coyunturas. Cuando me llevan al trabajo, me ponen el casco, me cobran tarifa solidaria y se preocupan que no me vaya a quemar con el caño. El trayecto es un poco largo, veinte minutos, tiempo suficiente para una conversa, generalmente, de política.
- Es que el tema acá es la lucha de clases. Me dijo uno el otro día
- Perdón ¿Cómo dijiste? Le pregunté medio incrédula de que estuviera hablando de la lucha de clases efectivamente.
- Que el problema en Venezuela es la lucha de clases. De los que tienen contra los que no tienen. Entonces ahora ellos se resisten. Como uno ya no es un bruto ignorante.
- Claro.
- Yo hace mucho que pienso en estas cosas, muy interesante ¿no?
- Si, si, claro.
En todos los viajes los compañeros me explican de algo sobre la opresión, la explotación o la desigualdad y como entienden ellos que se puede salir de eso.
- El camino es la Revolución, mira nosotros, no teníamos nada, teníamos que trabajar todo el día para conseguir algo de real para comer. Ahorita somos nuestros propios jefes, hay que trabajar mucho, por supuesto, pero nadie nos mande, ni nos humilla, ni nos explota.
Discusión va, discusión viene, entre viaje y viaje, hablamos de la importancia de la organización social, del problema del burocratismo, de la necesidad que el Proceso Revolucionario profundice sus posiciones hacia la izquierda. También les digo que intenten no ser imprudentes, que no corran, que no traten ni se refieran a las mujeres como cosas, que sería bueno, ya que están organizados, pensar algún proyecto socio-productivo. En eso andamos, desde la patria bolivariana, haciendo la revolución motorizada.
Guillermina Soria
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