viernes, 14 de mayo de 2010

Simplemente

Hay cosas simples, que forman parte de la cotidianeidad de nuestros días. Tomar el bondi, cruzar la calle, comprar el pan. Sin embargo, esto se puede convertir en una verdadera odisea, ante la cual es necesario desarrollar el mas profundo instinto de supervivencia, inventar elaboradas estrategias y maquinar fórmulas que nos permitan sobrevivir en el caos caraqueño.
Subirse el autobús. Cualquiera diría que es tarea simple, si claro, en Córdoba lo era, en Caracas, por otra parte, todo es diferente. No hay paradas señalizadas, las camionetas tienen cartelitos pegados que dicen para donde van, estacionan para recoger pasajeros en cualquier lugar, esquinas, a mitad de cuadra, en el medio de la calle. A la vuelta del edificio donde vivo, pasa la que me lleva al trabajo, es la que tiene un cartelito que dice LA URBINA. Todas las mañanas me ubico donde se aglomera la gente, justo al lado del contenedor de basura, a esperar que venga. Confiada en el respeto al orden de la fila que allí formamos, espero tranquila. Sin embargo, algo terrible sucede cuando el muchacho que grita los recorridos anuncia: ¨Chacaito, Plaza Venezuela, La Urbina, Petare!!!! Al llegar la buseta, de repente como si se tratara de un enorme tsunami, la hilera se desborda y comienza una seguidilla de terribles empujones, golpes y gritos. Tratando de cubrirme de tanta agresión, sólo alcanzo a decir: ¨ Pero, pero, pero…¨ Sorprendida por la arremetida que se produjo en escasos diez segundo, me doy cuenta que el bendito vehículo esta demasiado lleno y, por supuesto, con toda la gente que estaba detrás de mí. El muchacho que grita los recorridos me mira y con la cara muy seria me pregunta:
- ¨¿Y entonces pana? ¿Tu no vas para la Urbina pues…?¨
- Pero, pero, pero… ¿qué pasa?- le pregunto todavía incrédula de haberme quedado sin poder subir a la camioneta (una vez más)
- ¿Qué va a pasar? lo mismo de todos días, eres burda de lenta chica ¡Móntate pues!
- Pero señor… ya no hay lugar…- le digo casi al borde de las lágrimas.
- Móntate mami, móntate- me dice enternecido por mi cara de puchero.
Y sin darme ni un segundo para pensarlo, me agarra del brazo con una mano, mientras con la otra empuja a dos señoras que están haciendo equilibrio sobre los escalones.
- A ver señoras, colaboren pues, un poquitico mas para atrás, pa vé, que ahí todavía queda espacio.
- ¡Qué no! chico, no empuje, ¡no sea grosero!- Le grita una de las señoras enardecida.
- Coño señora… un poco de solidaridá con la chamita pues. Vente mami, siéntate aquí - dice el chofer asomando la cabeza entremedio de la corpulencia de las señoras. Y así, logro poder viajar a mi destino, sentada en la caja de cambios, medio aplastada y aturdida por la salsa que suela a todo volumen en la radio del camionetero.